19 abril 2017

LAS ABARCAS


La moda, esa forma de vestir y entender la vida los humanos, poniéndonos encima del cuerpo todos los trapitos y complementos que le interesa colocar al “mercado de la codicia” a base de introducir las técnicas de la Mercadotecnia o Mercadología (más conocido por la palabra inglesa Marketing), y, siempre ha recibido el nombre de “Moda” (que, por cierto, es lo que más pronto se pasa de moda), para dar paso seguidamente a otro producto que, a pasos agigantados, colocado en el “moderno mercado”, aportará con brevedad unos sustanciosos beneficios económicos a su autor; que, en otros tiempos,  y dado que el periodo de duración de la moda, era bastante más prolongado que en la actualidad, no se pasaba de moda con tanta rapidez y, como consecuencia, los beneficios no eran los mismos que en la actualidad.


                                          (Antiguo artesano estructurando unas abarcas)

Un vivo ejemplo de esa realidad, son las abarcas, que en el pasado usaban los campesinos y, generalmente, gentes de los pueblos y tenían una prolongada duración en el tiempo, sin que nadie afeara a quien las llevaba puestas, que fueran del modelo del año anterior o de hace más de cinco años; cosa que ahora, parecería un disparate, sobre todo entre la juventud. Sin embargo, las abarcas no “desaparecieron” del mercado porque se pasaran de moda, sino porque,  pusieron de moda otro tipo de abarcas otro tipo de personas con otro tipo de visión de la moda que, simplemente, la veían de forma diferente, e idearon unas abarcas que (los de ahora), las llaman modernas e ideales para la complacencia de otro tipo de gente que así misma se denomina moderna.


Es así de sencillo; pero, a la abarca, no se la llevó por delante la moda, que, a pesar de lo que algunas veces incomoda, la gente se acomoda a ella sin rechistar.

Es bien conocida la utilización de las abarcas por los labriegos, pastores, etc., en los pueblos hasta bien entrado el segundo tercio del siglo pasado, así como, su aprovechamiento hasta su desgaste total, como se muestra en la fotografía superior, que, en algunos casos, incluso cuando las abarcas ya estaban descuajaringadas, las cosían, ataban, remendaban o, reparaban “artesanalmente” para que fueran tirando una temporadita más, pues la calidad del material (que se puede apreciar en las fotografías bajadas de Internet) del que estaban hechas, lo permitía, a pesar de que, generalmente, era material residual procedente de neumáticos usados y encauzado con destino al mundo rural, y pensados para el arduo trabajo diario en condiciones muy duras; si bien, no eran tampoco el calzado más adecuado en días de lluvia o mucho frío, a pesar de los gruesos calcetines de lana, hechos a mano por algún ser querido que, generalmente, acompañaban al que las portaba.


En la vida de nuestros antepasados, y en esas fértiles extensas llanuras y abruptas tierras labriego-ganaderas castellanas (o, castellano-leonesas) de las que procede el autor del tema que nos ocupa, la abarca fue fiel e inseparable compañera de la casi totalidad de los hombres que faenaban en los vastos campos de nuestra entrañable tierra, bien labrándolos y recogiendo la merecida cosecha, bien pastoreando el ganado; pero, en todos ellos, la abarca siguió sus pasos, hasta que ya no quedara prácticamente nada de su estructura original. Y, cuando ya no había forma humana de poderlas recomponer a base de grapas de alambre o guita, lo que quedaba de lo que antes eran unas abarcas, se aprovechaba para otros menesteres; porque, en el campo y en los pueblos se aprovechaba todo. 
¡Qué tiempos…!


Las abarcas, como el calor del hogar de entonces y las largas charlas junto al fuego de la chimenea, o, el del entorno de la mesa-camilla al reverbero del calor del  brasero, así como la colaboración vecinal, ayuda y demás atenciones que se tenía entre gentes allegadas, bien por vínculos familiares, bien por proximidad entre allegados o vecinos, se está esfumando y dando paso a otro tipo de sociedad, casi descafeinada y más desapegada e interesada, en la que, cada uno va a lo suyo, desentendiéndose de lo ajeno, sin la consideración que en los tiempos del uso de las abarcas se tenía con las personas del entorno entre compueblanos, más o menos cercanos, aunque no fuesen familiares.
Igual que ahora, vaya.



Confiemos en que esos valores no se encarrilen hacia los museos, donde, como las abarcas, solo quedará el recuerdo de su paso por este maravilloso Planeta azul, que, con tanta gratitud nos ha acogido sin pedirnos nada a cambio, y, sin embargo, tan poca consideración tenemos los humanos con él que merced a nuestra ingratitud y codicia lo estamos esquilmando.

Hoy, hasta las abarcas se han estilizado y distanciado del pasado, para darle una nueva forma a la moda del calzado más o menos moderno, para poder obtener por ellas nuevos y elevados beneficios, como el ejemplo de la foto inferior que acompaña estas líneas, en la que la imagen de las abarcas Menorquinas que podemos apreciar, se consiguen en Internet por 60€, más o menos. 

¿Cuántas abarcas  de las de aquél entonces, se podrían haber comprado por ese precio; y, cuánto  hubieran durado?

Igual que las de ahora que son para una temporada de verano escasa.


Desde estas líneas, y, mediante la Web zarceña que tan buen servicio y colaboración presta a nuestro pueblo, gracias a su incansable fundador-director, quisiera aprovechar para rendir mi particular homenaje a ese peculiar y familiar calzado, que fue tan original como útil para la sociedad rural de entonces a la que estuvo destinado y tantas prestaciones aportó a nuestros antepasados como buen servició les ofreció mientras “estuvo de moda”